lunes, 30 de mayo de 2016

Los ojos de Helen

Ayer llegó Helen, la hija de Rosario, en el micro de las doce. La fui a buscar yo personalmente, para darle una alegría. Está alta. Regordeta, como todos los chilenos. Habrá heredado la altura del padre. Yo qué sé. Porque la madre era feúcha y muy petisita. Este año cumple quince, voy a tener que comprarle algo. Algo barato. Tampoco voy a gastar mucho, total ni se entera, no habrá tenido ropa nueva en la vida. Me acuerdo perfectamente cuando a Rosario le diagnosticaron la última etapa de la enfermedad. Entró llorando a mi oficina y me pidió usar el teléfono para llamar al cura sanador. Los riñones habían empezado a fallarle hacía un año. Ahora ni siquiera se molestaban en intentar colar algo de líquido. No podía morirse, Helen tenía cuatro años y un padre alcohólico.
Me pidió mi opinión y yo le fui sincera: hacé lo que sea, pero aguantá hasta que tu nena crezca. La gente de su condición social se abandona mucho. No van al médico. No comen bien. No se cuidan. Pero tampoco se podía dar el lujo en ese momento de pensar solamente en ella. No se puede ser tan egoísta cuando una es madre. Acompañé a Rosario a ver al cura sanador porque ella necesitaba alguien que le diera confianza. Qué iba a hacer. No podía dejarla que se arregle sola en semejante situación. El cura le impuso las manos, el crucifijo, no sé cuántos padres nuestros y tres litros de agua bendita. Le daba vueltas, rezándoles a los gritos alrededor y le golpeó la cabeza con la biblia dos veces. Aparte de débil, la dejó medio tarada. Para mí, que no entendió bien, el tipo ya tenía la voz ronca de tanto gritar y seguía: “Sal, Satán, libera a esta mujer, en nombre de Jesucristo” y no me escuchó todas las veces que le dije que era un fallo renal. Al final, Rosario se arrepintió de todos sus pecados, de los de su familia y los de algún vecino, por las dudas. Fue muy conmovedor. Lloró toda la sesión, pero igual tuvo que empezar a comer cien gramos de zapallo hervido cada dos horas. Los riñones eran dos masas resecas de células al pedo. Fue un calvario. Y la nena tan chiquita. No quiero ni pensar en lo que habrá sido ver todo eso a través de sus ojos.
Una tarde, justo la tarde en que más laburo tenía. Casi pierdo un cliente. Bueno, esa tarde entró como una tromba a decirme qué me parecía si iba a una Mae Umbanda que había por atrás de la estación. A mí me da un miedo andar por esa zona. Nos fuimos en colectivo y yo me puse la peor ropa que tengo. Te metés por ahí con el auto, el mío era nuevo, y no te dejan ni las ruedas. Claro, a ella le daba igual arriesgarse, si tenía las horas contadas. Al final tuve que llamar a mi marido para que venga a buscarnos como a las diez de la noche. Hicieron un ritual con un pollo blanco que, después, imagino yo, se lo habrán comido; ya te digo que la gente por esa zona, no está como para andar desperdiciado pollos. Menos mal que también llevé poca plata; descogotaron la gallina, o el pollo, se chuparon una botella entera de ron, se fumaron un habano y me pasaron la cuenta a mí. Le dijeron que no tenía esperanza. Pero cobrar, cobraron. Ya te digo, todo lo que tenía encima.
El sábado siguiente me la llevé al Bolsón, a ver a la mujer ésa que le había curado la culebrilla a Josefina, la prima del chico que hace la mensajería. No es que yo crea en esas cosas, de hecho que tener que cerrar la oficina para llevar a la chica de la limpieza de un sitio a otro me trastornaba bastante; pero cuando la gente pobre está sola ante una desgracia, el deber de cualquier ser humano, medianamente humano, es ayudar. A Josefina, dos años antes, le había ido bien una mezcla de hierbas y reiki. Le dejó la piel seca, pero la culebrilla estaba a punto de darle la vuelta y no se sabía quién se la había deseado. En los casos de brujería, lo más perturbador, es que el culpable queda impune. Yo no sé si lo de Rosario fue brujería. No tenía plata, el marido daba asco, la única que le tenía cariño a Helen era yo. ¿Quién iba a querer hacerle un mal? Tampoco metería las manos en el fuego por nadie, eso seguro. La gente de poca cultura es capaz de matar a cualquiera por un par de zapatillas. Rosario tenía sus cosas, pero en el fondo era buena. Eso, sí. En los últimos tiempos, entre la enfermedad y los gastos de los médicos, se había vuelto bastante loca. De repente entraba a mi oficina a los gritos, contándome las palizas que le había dado el padre cuando era chiquita. Y que la madre miraba para otro lado. Que el hermano había estado preso desde los dieciséis. Cosas de gente de villa. Y después que me tiraba todas las pálidas, me decía que la culpa la teníamos nosotros, los que trabajamos en oficinas y tenemos casas grandes y cómodas y nos olvidamos que en el mundo, hay gente que sufre. ¡Justo a mí, decirme eso! Yo me callaba la boca, al fin y al cabo, qué sabía ella de tener que mantener una casa como la mía. Ella laburaba dos veces por semana y con eso comía. Para comprar un zapallo tampoco hay que tener una infraestructura muy desarrollada. Yo no puedo darme el lujo de trabajar dos días por semana y servir un zapallo hervido a mi familia. Al final, la mujer del Bolsón, le dijo que tenía que tomarse casi un litro de Aloe Vera diario. Porque parece que el Aloe lo que hace es regenerar las células, que era lo que ella necesitaba para volver a usar los riñones.
Le fue bastante bien con eso. Se tomaba un vaso y medio de jugo de Aloe después de los cien gramos de zapallo hervido, cada dos horas. No sé cómo pudo tomárselo, es asqueroso ¿Lo probaste, alguna vez? Es más amargo… Estuvo casi diez años viviendo solamente con eso. Randulfo no la quería ni ver. Le dijo que se tendría que haber muerto en tres meses y si no se murió, es que algo raro hizo. Viste que Randulfo es un tipo muy serio, si tenés cita a las cinco, a las cinco en punto te llama y si no estás, ya no te atiende. Entonces, si Randulfo te dice que te vas a morir en un mes, él quiere que lo cumplas.
Después ya dejé de acompañarla a todos lados, porque yo tenía mis obligaciones y si bien sé que hay cosas que desconocemos, que ni la ciencia puede explicar, tampoco me parecía bien fomentarle esa clase de esperanzas a una moribunda. Pero no había caso che, Rosario no se moría. Me queda la duda, todavía, si Randulfo es tan buen médico como dicen. Yo, por las dudas, con él no me atiendo. Porque si te dicen que te quedan tres meses, pasas el mal rato y tarde o temprano te hacés a la idea y tratás de dejar todo más o menos arreglado. Claro, te dicen tres meses y al cuarto o quinto seguís en pie, el tipo se pudo haber confundido; quieras que no, es humano. Pero pasaron varios años y Rosario seguía comiendo zapallo, tomando Aloe Vera y haciendo tratos con el diablo. Parecía un cadáver. Flaca… encima era fea como ella sola, la pobre. Tenía los ojos hundidos y esas ojeras negras que tienen los crónicos de riñón, ¿Viste? Ya no podía ni trabajar. A casa ya no iba. A mí me daba pena echarla del todo, más que nada por Helen, pero tampoco podía seguir trabajando con esa mugre por toda la oficina. ¿Qué iban a pensar los clientes? Cuando Helen cumplió trece años, la agarré un día y se lo dije: Rosario, no podés seguir así. Moríte o mejoráte, pero andar con esa pinta, dando lástima, es muy cruel.
La internaron justo después de festejarle el cumpleaños a Helen. Pobre nena. Tampoco era muy grande. Los últimos días yo no fui a verla al hospital. No quería que me lo pida, al fin y al cabo yo era su única persona de confianza, pero yo no me podía hacer cargo de una criatura. Suficiente hice por ella. Un día me la crucé a Josefina, la prima del mensajero, que es, o eran, medio parientes y me dijo que Rosario le había pedido que por favor cuide a Helen. Entonces, ya más tranquila, me fui a despedir. No le iba a pedir lo mismo a dos personas diferentes, porque no queda bien.
No sabés el calor que hacía el día del entierro. No tenía ganas de ir. Un olor tenían las flores… Estaban casi todas podridas a las doce del mediodía. Hice un esfuerzo y fui, Rosario estuvo sirviendo en casa más de catorce años, en total. Vino antes de quedarse embarazada.

Josefina mandó a Helen a una casa en el campo, con unos tíos o unos parientes del padre. Ahora me llamó, hace un par de semanas, porque los viejos ya no la pueden tener. Como siempre, paso de buena por boluda. La verdad es que necesito una chica en casa, Helen tiene la edad justa como para aprender a hacer las cosas bien. Pero a Helen le vi exactamente la misma cara que tenía Rosario, con dos ciruelas hinchadas debajo los ojos. ¿Me querés decir qué hago yo, si se me muere ésta también, después de tomarme el trabajo de enseñarle? Otra vez por toda la brujería no paso. Y por eso te llamaba ¿te costó muy caro el riñón artificial que le pusieron a tu suegro?

Venganza


Cuando Adán y Eva se escaparon del Edén, se levantaron muy temprano. Pero claro,
Dios, desde chiquito nomás, había sido un gran madrugador.
¡Evaaaa!—le gritó desde la tranquera— ¡Eva, maldita zorra, parirás con dolor!
¡Ni ahí!—gritó ella— ¡Hay drogas para eso!
¡Adaaaan!—volvió a intentar— ¡boludo, tendrás que ganarte el pan con el sudor de tu frente!
¡Pero al menos voy a comer strudel cuando me dé la gana!
! Cómo me revienta que me dejen hablando solo! Vamos pá dentro Falucho—chistó Dios a la serpiente—Que a estos dos los voy a cagar. Si no me hacen caso a mí, van a tener que subyugarse a otro más poderoso.
Sacó una imprenta de abajo del placard, le sacudió así nomás el polvo y se puso a imprimir billetes.



Un cuento más, un día más de vida.


¡Adoro el tacto de la seda en la piel de mi cara! Lo que más me fastidia de viajar es tener que quitarme el velo—le comentó al chófer, una vez que se aseguró de que no hablara árabe—Si las monjas usan velo, es signo de devoción y castidad; si las musulmanas usamos velo, se violan los derechos humanos. Una vez se lo pregunté a mi amiga Teresita, por qué ella en público siempre usaba velo y yo sólo podía llevarlo dentro de mi casa sin que me criticasen a mí, a Mahoma, al Islam y a todo el mundo árabe; ¿sabes lo que me contestó? “No creo en Dios, pero prefiero pensar que si hubiese uno, le importaría más lo que tenemos dentro de la cabeza que lo que nos ponemos por fuera. Los hombres creen que tapándonos las ideas podrán contenerlas”. Dos semanas después la exiliaron a la India, pensando que así se la quitaban de encima.
   Miró a través de la ventanilla los edificios de la ciudad, evitando su propio reflejo en el vidrio polarizado. Aún era hermosa y eso que era muy vieja y estaba muy agotada. Su fama de mujer astuta e inteligente la había condenado. Había ganado un reino, sí; pero todos los días tenía que exprimir su imaginación al máximo para defenderlo. Mentir sobre la escasez del petróleo, asumir los atentados, confabular sobre células terroristas, inventar guerras imprescindibles para asegurar la libertad de la población, mover las fronteras cada seis meses… ¡Había sido tan fácil esa época dorada en que sólo contaba historias para entretener al Sha! Al menos antes no se emitían en medios de difusión masiva ni tenía que elaborar complicados métodos para medir la credibilidad del púbico. Al menos antes sólo era su propia vida la que peligraba.
   La verdad era que ya estaba harta. Pueblos enteros exterminados solamente para que unos pocos pudiesen meter sus bases militares y controlar el mercado mundial. Destrozar niños para una foto de portada y encajarle la responsabilidad a los grupos radicales. Fomentar hambrunas trazando líneas imaginarias en pleno desierto, donde la gente necesita desplazarse en pos de las lluvias y la supervivencia. Depender de la CNN, de facebook, de twitter, de fotógrafos freelance y de la ayuda humanitaria, a cambio de un día más de vida. Con la daga en el cuello.
   "Un día más", se repitió, suspirando profundamente.
¿Sabes qué? ya no estoy para cuentos —le dijo Sherezade en perfecto inglés al chófer, mientras se volvía a poner el velo— Hoy voy a contar la verdad.

   Y el chófer que le habían asignado para llevarla desde el aeropuerto al edificio de la ONU, frenó el coche y le puso un silenciador al arma.
PECADOS CAPITALES


Catalina, o Lina como le gustaba a ella que la llamaran, llevaba una vida más o menos normal.
Junto a su marido, Vicente, un hombre que según Lina, solo había aspirado en su vida a cortar chopped, desde que siendo un muchacho le pusieran de aprendiz en una charcutería. Bueno a cortarlo y luego a comérselo, porque había que ver como comía Vicente, sin mesura, sin control.
Y luego estaban los niños, esos angelitos.
Cristian, un muchacho que necesitaba pedirle permiso a un pie para mover el otro, que prefería morir de inanición, antes que levantarse del sofá. Para eso ya estaba mamá. La cual perdía el culo por satisfacer a su hijo mayor. Así se sentía más útil.
Le seguía en edad Jonathan, el pequeño de 8 años, mimado y consentido, el cual tenía unas explosiones de ira terribles, cuando le negaban algún capricho o le llevaban la contraria. Pero Lina también lo solucionaba consintiéndole al niñato todas sus demandas y no contrariándole nunca.
Así que la familia «Pérez», digamos, era feliz.
Hasta que ocurrió la tragedia.
En el piso de enfrente, fueron a vivir una nueva familia, los Ruigómez.
La madre, Julia, una mujer culta, amable, educada. Trabajadora social.
El padre, Alberto, hombre fino, alto, distinguido. Trabajador de banca.
El matrimonio tenía dos niños:
Isabel, una preciosa muchachita rubia, con una sonrisa de anuncio, carita de ángel y modales refinados.
Y Alberto, o Tito, como le llamaban familiarmente, un niño modosito, tímido y carácter dulce.
En cuanto se mudaron, Lina fue a presentarse y a farolear «cómo tenían puesta la casa».
Los Ruigómez la recibieron con educación.
Pero ella, cuando se percató de que era una familia que estaba a otro nivel económico, social, cultural; que no se hablaban a gritos, que se escuchaban, que existían unas palabras como «por favor y gracias», que se respetaban. Le empezó en el estómago a subir como la erupción de un volcán. Era bilis. Se disculpó y con la cara ardiendo fue a su casa, donde la esperaban, ahora lo veía claro, un marido gordo que solo pensaba en comer, y, unos hijos, uno perezoso y otro iracundo, los dos en grado máximo.
Su cabeza puso en marcha la maquinaria.
¿Que se habían creído esos pijos, que eran mejor que ellos?
Empezó una campaña de desprestigio contra esta familia.
- Ya ves (le decía a otra vecina) no se de que van. Mi cuñada me ha dicho, que un vecino suyo, que vivía al lado de la madre de ella, le ha contado que el apellido, que es mentira, que han unido los dos, para que parezcan marqueses o algo de eso.
¿Ella trabajadora social? ¡Mentira! Que limpia en la Conserjería de Bienestar Social.
A él, en el banco le apartaron de donde se maneja el dinero, por no se qué asunto un poco turbio.
Los niños, cursis y repelentes.
Y así, poco a poco, fue regando el barrio, en la pescadería, en la charcutería, donde por cierto, su marido seguía cortando chopped, en la panadería. Por cualquier rincón.
Con todo esto, al cabo de un tiempo los Ruigómez, oían a su paso cuchicheos, sonrisitas, porque todas aquellas mentiras se fueron haciendo cada vez más grandes, y ya se convirtió, ella en una prostituta de baja estofa, el en un estafador que había estado en la cárcel, y los niños, eran la tapadera, para traficar con drogas.
Se tuvieron que marchar. ¿Y porqué?
Porque una mujer envidiosa, no podía soportar que la vecina fuese más que ella.
Aunque en su casa seguía teniendo, un marido que solo pensaba en comer y unos hijos, uno perezoso y el otro iracundo.
Pero a Catalina, Lina, como a ella le gustaba, nadie la hacia de
menos.





lunes, 23 de mayo de 2016





DIÁLOGO Y ESCENA IMAGINARIOS DEL LAZARILLO DE TORMES

(Es un juego de bifurcaciones, perspectivas, acoplamientos e interposiciones, imaginar sobre lo que otros antes han imaginado)


--Digo yo, señor mío, que si a vuesa merced cupiera en gana, bien haría en hacerme la bondad de un cacho de pan y unas virutas de queso, que mi última comida en serio fue el viernes de dolores y estamos ya en la pascua de resurrección. Es tan así, que tengo en la barriga dos gatos machos peleándose por una gata en celo, y en las piernas una flojera que me hace inútil para ayudar a su señoría en los menesteres de mi cargo

   Y, en diciendo esto, sin encomendarse a Dios y rogando al diablo, intentó abrir el zurrón que yacía junto al ciego, con todo el sigilo que la urgencia de su hambre le permitía.

   --¡Quietas las manos malandrín menesteroso, glotón cobarde, ladrón de un pobre, o plegue al cielo que mediré con mi bastón tus espaldas, tan a diestro y siniestro, que sangrará como un penitente del Santo Sepulcro. Más que días sin comer, llevas meses sin lavarte y hueles peor que los curtidores de pieles de la ribera del Tormes. De modo y manera que, por el tufo que desprendes, sé cuando te acercas tanto mejor que si pudiera verte. Ve, pues, al pilón de la plaza, bellaco maloliente, zopenco. Despójate de tus harapos y lávate a conciencia. Si cuando vuelvas no soy capaz de detectarte por el olor, podrás abrir el zurrón y servirte a capricho, que será tuyo cuanto en él de comer guardo.
   El Lazarillo lavose y frotose hasta enrojecer la piel, creyendo que con ello conseguiría acercarse al viejo sin que aquel lo notara. Pero, cuando de nuevo se aproximaba, el ciego, astuto, le señaló con el bastón riéndose a carcajadas:

   --Ahora hueles a húmedo, a perro mojado, a zorro de muladar... gañán estúpido, lacayo, fregón...
  Y con la risa, su boca desdentada se habría y se cerraba en estertores de vieja clueca desplumada, desgranado insultos que harían enrojecer avergonzados a los carreteros salmantinos.  


  Y, así,  el joven ganapán inexperto, infeliz, quedó de nuevo vencido, burlado, desamparado, enrabietado y hambriento.


                                              Fernando Garrido Redondo
                                                                      (de mi libro Cuentos ejemplarizantes .Que no ejemplares)






                             
                                    YA ES VERANO!

              Esta noche  no he podido dormir. El calor se ha apoderado de mi, ¡el aire es
          fuego ! ,¡la tierra arde!.Con lo víveres necesarios salgo de casa e inicio el camino
          contra corriente en dirección al nacimiento del río Artizuela, cruzo el puente,
          sobre la margen izquierda he de estar mas fresco. Hay un momento en que
          me detengo, -a los pulmones les falta oxígeno-, el aire es una lengua de fuego,
          mantengo un ritmo lento, con la ilusión de poder llegar al robledal. El Sol sigue su
          curso, una vez recuperado del esfuerzo sigo el camino en ascenso para así poder llegar al
         nacimiento del río, que nace entre las piedras de arena. Cuando llego me ilusiono al
         ver como brota el agua que sale de las entrañas de esta elevada montaña.

            Me dejo caer sobre una inmensa losa y  quedo dormido. Al despertar veo
          como brota el agua bajo la piedra,  --¡Aquí nace el río Artizuela!
          De frente, entre monte bajo, tengo una "vieja carrasca" que nadie sabe su edad.
          Me quedo impresionado al ver este bello paisaje en el que destaca las flores
          amarillas de los gamones, el aroma que desprenden me impregna los pulmones..
          Una vez relajado, doy un largo paseo a través de monte bajo hasta llegar a la laguna.
          En la orilla me desprendo de la ropa  y me lanzo, así disfruto del placer de este agua
          cristalina. Admiro como las aves se introducen entre las olas en esta inmensa laguna, aquí                   donde el aire es fresco.

             Inicio el camino a la inversa, al llegar, me situó sobre el montículo de arena,
          aquí donde el río nace sigo su curso. De frente veo que viene Mariano del
          Campo, gran amigo de mi niñez. A lo lejos, a mi izquierda, entre brumas
          diviso el pico del Águila. En el valle, los campos de trigo negros, quemados por este
          calor abrasador y de barbechos polvorientos. Desde la margen izquierda del río, veo
          sobre las montañas del Arenal y gredal, los Olivos milenarios las ramas negras
          abrasadas. Al fondo los viñedos, las  aojas negras en el suelo, los sarmientos
          calcinados. Es esta ola de calor que ha calcinado esta mi tierra alcarreña. A mi
          derecha sobre un montículo se divisa la Ermita de San Mamés, el Patrón de
          Canalejas del Arroyo. De frente veo una inmensa Iglesia. Sigo el camino, a mi izquierda
          me acompaña el rió Artizuela. Una vez en la alameda que hay sobre el
          corral de mi casa, me quedo sorprendido al ver los Olmedos de ramas negras sin hojas.
         El río sigue subterráneo por el interior de la plaza.

           De frente tengo la casa palaciega de ventanas y rejas forjadas. En la fachada principal
         observo bajo el alero del tejado un sarcófago empotrado. La puerta principal, es de madera
         de cedro labrada, en ella destaca un perro de hierro que hace de picaporte. Giro el cuerpo, de                frente veo la iglesia, me desplazo hacia ella, está cerrada, voy hacia la puerta principal, al subir            las escaleras, la puerta está abierta.

           Sobre la puerta, una placa de mármol incrustada, con la fecha en la que fue  consagrada "1881"           Una vez entro, a mi derecha está situada la pila donde fui bautizado el Domingo de Ramos del             1.943. A mi izquierda el altar mayor entre dos torres de mármol en espiral, hago la señal de la            cruz y camino hacia el interior entre los bancos. Mi corazón se oprime  y las lagrimas brotan,              no comprendo lo que me está pasando, los sentimientos afloran. Salgo al exterior, me quedo                sentado en la escalara de la puerta principal. A mi izquierda las eras altas, allí donde se trilla la            mies una vez esta segada, en la falda del Perote, allí donde están las cuevas de Greda, que
         en otro tiempo se utilizaban para lavar la ropa, cuevas que están abiertas, y se comunican                   entre sí, allí donde los niños juegan. Yo siempre me he preguntado.

                                 ¿ Quien existió en el pasado en esta tierra Alcarreña?

         De frente, diviso lo huertos de la Artizuela, negros, secos, solo veo una masa oscura junto
         al río bajo los olmedos. El río sigue su curso hasta unirse al  Merdanchel sobre el                                 valle de la Envía. La tierra quemada de cereales y viñedos, hasta que se une al Guadiela.
         De agua fresca, que nace en la serranía, son los ríos alcarreños que descansan en el pantano de            Buendía.

         Tierra abrasada, en los oteros los lobos aúllan,  lagartos verdes bajan al valle y
         se hunden en las tinieblas de fuego, sestean hambrientos mientras la luz palpita
        al amanecer. La sima yergue de sombra negra mientras se comba el tiempo.

                                 ¿Qué  haré cuando no pueda verte?.
                       
                                          ¡ RECORDARTE!

                                                                                                                Andrés Ramón Gil

   
                         
       

















         




       
       

       







     
       



        
                                 





lunes, 16 de mayo de 2016

EL MOMENTO PREFERIDO

   

La tarde brumosa y gris  invitaba al aburrimiento y al hastío. El frío tampoco ayudaba a ningún  plan que tuviera que ver con salir fuera de  casa. Dio unas cuantas vueltas por el salón. Finalmente se dirigió a la cocina con la sana intención de buscar algo con lo que ponerse a glotonear un rato y, al mismo tiempo que movía las mandíbulas mover también el cerebro, a ver si se le ocurría algo que le pareciera divertido. Cuando iba por el cuarto bombón y su taza de café ya estaba a medias, se le ocurrió que así, por pasar el tiempo, iba a elaborar un asesinato. El de su vecino de arriba por ejemplo, que le tiraba las colillas al balcón, incluso a veces jugando a que cayera en una de sus macetas. ¡Bien! Puede que esta idea le hiciera divertida la tarde. A ver... a ver... Se imaginó a sí misma subiendo, llamando a la puerta, al vecino abriendo con esa expresión de bobalicón borde que le caracterizaba, y ella interesándose por lo ocurrido una semana antes con su perro, ofreciéndose para cualquier cosa que pudiera necesitar, insinuándose con la mirada, sin necesitar siquiera una frase completa, rotunda, explícita. "Todo lo que precises de mí",  le diría con voz sensual. Imaginaba su expresión de extrañeza mal disimulada con otra de complacencia y una rápida y morbosa mirada a su cuerpo; la cara del que se las sabe todas con las mujeres. Él diría: ¿lo que precise? "Sí contestaría ella con cara de zorrilla". Él queriéndose hacer el caballero le propondría una cena en su apartamento, ¡perfecto! para qué más preámbulos, ahí era donde ella quería llegar.
 Un buen postre de frutas , que resultara a la vista muy apetitoso, cuanto más apetitoso mejor. acompañado de un vino dulce con la dosis necesaria de mercurio para que muriera lentamente. De repente le pareció aburrida la idea, de repente volvió al hastío. Seguir especulando  con el asesinato ya no le apetecía. Fue a la cocina, empezó a prepararse otro café mientras se imaginaba de vuelta al sofá con el café, los bombones y divagando mentalmente en todo y nada, era lo que hacia con más facilidad, más que eso, era un vicio difícil de superar, un vicio como cualquier otro y nada más. Era su vicio. Era su momento preferido.

lunes, 9 de mayo de 2016

El sueño de mamá no mejora

   
  Mamá es una mujer fuerte y resistente. Como impermeable. Las gotas de lluvia no la mojan, rebotan. Es de esas mamás que te miran una sola vez y ya te callás la boca y te quedás quietita sin hacer ruido. Nos crió para ser independientes hasta del aire que se respira. Y sin embargo siempre nos respetó los miedos. Mi hermana y yo veíamos una sombra, la analizábamos, comprobábamos que era sombra y corríamos a meternos en su cama. Murmuraba dormida y hacía sitio. Y por si acaso no era sombra, se levantaba y encendía la luz a veces. María durmió con ella hasta los trece. Un poco patológico, lo sé. A esa edad yo prefería dormir con el velador encendido. A mí no me daba miedo la oscuridad. Me daban miedo mis propios pensamientos. 
   Mamá había tenido interminables noches de pesadillas y ni un alma que la consolase. Le quedaron esculpidas en el hueso justo detrás de la frente, por eso jamás se le ocurrió ignorarnos ni el monstruo de debajo de la cama ni el fantasma del pasillo cuando te levantás de noche para hacer pis. Y, como para disculparse de sus propias mariconadas de madre, nos contaba las pesadillas, tratando una y otra vez de identificar si el trauma lo generó el miedo o la simple indiferencia. No se le perdía ni un solo detalle y eso que mamá es de las que no se acuerdan ni qué comió ayer. Dice que su cerebro solo capta cierta cantidad de información y cuando se excede, automáticamente borra lo anterior. Es verdad, no le preguntes si tuvimos varicela, porque no se acuerda.
   Había tenido cáncer de útero a los nueve o diez años, u once. No sabía bien. Uno de los primeros casos en esa época. En el hospital, después de la operación, medio atontada por la anestesia y el susto, tuvo el primer sueño. Unas manitos heladas, chiquitas como las de un crío, la agarraban de los pies. No se podía mover. No podía gritar. Una luz espesa la aplastaba. La cama vibraba y veía que la arrastraban hasta la estación de tren, al lado de la casa donde vivía. Estaba todo oscuro. Dentro de uno de los vagones abandonados se veían ojos. El reflejo enajenado de unos ojitos ovalados que brillaban en la oscuridad. Las imágenes iban y venían. Muchas manitos frías que la tocaban y le hacían cosas. Mamá es muy pudorosa, así que no nos quería contar qué cosas. Soñaba que la dejaban desnuda delante de todas esas miradas estiradas y se moría de vergüenza. Le quedó la impresión, porque en casa jamás anda desnuda y no consulta un médico ni aunque la llevemos a rastras. Es lo único que se acuerda de su niñez. Dice que cuando intenta fijar algún otro recuerdo, ve como un paredón dentro de su mente y un hombrecito con las piernas largas que va corriendo de una punta a la otra para advertirle que no puede pasar de ahí. Tuvo esos sueños durante varios años. Se moría de terror. Noches enteras queriendo gritar, viendo como la cama empezaba a vibrar a un metro de las de sus hermanos y nadie se enteraba.
   Nos contaba que una vez pasó algo, tuvieron que devolverla rápido y le dejaron algo adentro. No pudo caminar bien durante varios días y mi abuela no le creyó. Así que prefirió seguir pasando las noches aterrorizada antes de contarle algo más a alguien. Las únicas fuimos nosotras. Para demostrarnos que comprendía nuestros propios miedos. Y siempre, siempre, nos contó el mismo sueño. Nunca varió ni un solo detalle. Las pesadillas terminaron cuando ella tendría más o menos unos dieciséis años. Una noche que, cuando ni bien empezó a sentir esa luz aprisionarle el cuerpo y el temblor del catre, gritó: "Sea lo que sea, Señor, haz que se vayan". Y sintió cómo, automáticamente, la luz se retiraba. Por eso es muy creyente.
   Hace dos semanas María y yo llegamos a casa y la encontramos a oscuras, llorando solita delante del televisor. No conocí jamás una persona más recia que mi madre. Su filosofía es que la vida es dura y no se llora. Dice que una mujer como ella no puede darse el lujo de enfermarse o deprimirse, tiene dos hijas sin padre que sacar adelante sin ayuda ni familia. Mamá estaba viendo un programa de abducciones de extraterrestres y la gente contaba el mismo sueño. Los mismos detalles. Los mismos ojos alargados observando y la misma frialdad en el tacto. Se nos pusieron los pelos de punta. Nunca se nos hubiese ocurrido. Los abducidos tampoco tenían memoria a largo plazo. Llegamos a la conclusión de que cuando te la borran, no se puede seleccionar. Borran la memoria entera y punto.
   Esa noche dormimos juntas otra vez. Mi hermana y yo montamos guardia, vigilándola. Aunque las dos sabíamos que éramos completamente impotentes. ¿A quién reclamarías, en un caso así? ¿Dónde pondrías una denuncia? 
   Al otro día, viendo las cosas con más calma, bajo la ilusoria seguridad de la luz del sol, investigamos un poco. Encontramos una teoría que sostiene que de alguna forma las abducciones son inventos del subconsciente para sobrevivir al abuso sexual infantil. Cruzando los dedos para que fuese eso, fuimos a buscar ayuda. Un abuso se supera. Pero la idea de que algo desconocido pueda ser capaz de sacarte de tu cama, de jugar con tu cuerpo y con tu mente, violando las leyes de la razón y cagándose en Dios, era insoportable. De repente la vida era hostil y no nos gustaba la sensación. Preferíamos culpar al abuelo, algún tío o un vecino. María fue muy práctica: "No cuenten conmigo. No quiero saberlo. Me gusta el mundo tal cual lo entiendo".
   Al entrar en la consulta, le hice una sola recomendación a mamá: “Dile la verdad. No se le miente a un psiquiatra”. Su lema es nunca cuentes tu vida o la gente se va a creer con derecho a juzgarla. Salió de la consulta y me dijo:
--No puede ayudarme.
   O sea, le mintió. Ella le pidió que la hipnotizara para recobrar la memoria, que le gravara la voz en un cassette y que no le hiciese más preguntas. Y el tipo le dijo que las cosas no son como en las películas. Que hipnotizada no vería más allá de sus recuerdos y que no sería espectadora de su propia vida. Que si pasaron cosas jodidas, las volvería a revivir y a partir de ahí se haría un tratamiento.
   Yo no sé si fue por sugestión o por revolver en el tema que esa noche volvió a tener la misma pesadilla. Así que mi hermana y yo tiramos tres colchones en el suelo, como en los viejos tiempos. Estuvimos varios días así, pero los sueños de mamá no mejoraban.
   Ayer por la mañana, al despertarnos, mamá ya no estaba. Lo único que recordamos María y yo es la vibración del colchón. Pero eso también puede ser sugestión. Hicimos la denuncia a la policía, se lo contamos a un cura y al rabino, retomamos el contacto con la familia y nada. No sólo no nos creen, ni sabemos cómo buscarla, si no que a nadie parece importarle que mamá haya parido gemelas, a los dieciséis años, sin tener útero.







GÉNEROS LITERARIOS (1)
(Tomando como ejemplo la rima XXIII de Gustavo Adolfo Becquer)



      POESÍA:
Por una mirada un mundo;
por una sonrisa un cielo;
por un beso...¡Yo no sé 
qué te diera por un beso.



    PROSA:
Daría el mundo por tus ojos en los míos; por tu mirada, mujer. Y el cielo por tu sonrisa. Pero por un beso tuyo... ¡Dios! Por un beso... ¿Tal vez mi alma...? ¡Que sé yo qué te diera por un beso!



   TEATRO:
Un jardín de belleza decadente. Y en él una fuente renacentista con una ondina de mármol en el centro. Una pareja de adolescentes sentados muy juntos en un banco de azulejos
     El:  Quisiera ofrecerte el mundo y mi siquiera me miras --suspira-- Quisiera ofrecerte el cielo y tu nunca me sonríes.
     Ella --(coqueta)-- ¿Y si te diera un beso?
     El: Mi vida te diera niña. ¡Mi vida por un beso!



     ENSAYO:
No sería mi afirmación tan rotunda, si no me hubiera informado en fuentes absolutamente fidedignas. Por eso puedo aseguraros que: Un mundo es el precio de una mirada y puede comprarse una sonrisa por un cielo. De lo que ya no estoy tan seguro es de cuánto puede pagarse por un beso.




Ejercicios de TALLER LITERARIO
Fernando  Garrido Redondo


















Sentimientos contrastados


Sentimientos contrastados.
Los aromas de las comidas que se están preparando en la cocina, flotan y se mezclan en el aire envolviéndolo todo como en una pesadilla. Los cocineros se afanan en sacar las bandejas del horno, en remover los pucheros que se calientan en el fuego, en rellenar los barquillos de hojaldre recién hechos con crema y merengue.
--Tu. --Lo señala el cocinero mayor con una mano temblorosa –Llévale esto al señor, será mejor que no derrames ni una sola gota y ni se te ocurra meter un dedo para probarlo.
No lo hará, no traicionará a su dios ni a su religión.
Coge la bandeja con sus brazos delgados como palillos. Su cuerpo antes robusto y atlético, más tarde enjuto y nervudo, ahora no es más que huesos y pellejo. Ya no queda ni rastro del guerrero que una vez fue.
Arrastra los pies encadenados con cuidado, evitando así el más mínimo tropiezo y entra en el salón portando la vianda de su señor.
Apenas ha dejado la bandeja sobre la mesa, el hombre de carnes magras y oronda circunferencia se abalanza sobre la cazuela e introduce sus manos de dedos gordos como morcillas en el sebo. Desesperado se lleva la comida a la boca. El espectáculo no puede ser más repulsivo, chorretones de grasa descienden por su flácida papada que aletea temblorosa. Entre bocado y bocado, va dando largos tragos de cerveza, que se escapa y gotea por la comisura de sus labios. En su boca se mezclan la carne y el vino por igual, lanzando perdigones cada vez que intenta respirar. Cuando termina se chupa los dedos y se limpia la grasa en la pechera, dejando profundos lamparones marcados.
Ha visto cerdos comer con mayor dignidad y decencia y sin embargo pese a lo dantesco de la visión, no puede engañar ni apaciguar a sus sentidos. El rugir de sus tripas, la saliva en su boca. Lo desea, desea ese alimento prohibido, tan sucio y deleznable como aquel que lo devora con los carrillos llenos.
Recoge la bandeja y se marcha. Mientras regresa a las cocinas flaquea, mira las sobras, mira los huesos con ojos desorbitados y piensa que sin tan solo pudiera chuparlos… con eso bastaría.
Cuando está a punto de caer, de sucumbir a la tentación, al hambre y al placer, oye a lo lejos el resonar de los tambores. Los gritos de guerra de los suyos le insuflan un valor que ya no tiene, hacen que renazca en él una fe que creía perdida. Todavía no es demasiado tarde, aun no ha perdido la esperanza.
Pevima.

M&A Asociados

     El hombre se sacó los anteojos y los limpió con el faldón de la camisa. Una situación complicada. Tratar con un pez gordo nunca es fácil. Todos se creen grandes creativos, pero talento, lo que se dice talento… Miró a través de los cristales comprobando la limpieza, los fregó un poco más, se calzó las gafas y tragó saliva.

--¡Uf! ¿Puedo serle sincero o me va a caer un rayo en la cabeza o algo así?

-- Jajajaja, no crea todo lo que se dice de mí por ahí, hay mucho malintencionado suelto. Por favor, hable con confianza, soy todo oídos.

--Ok. La idea es original, tiene… tiene cierto atractivo y se nota que le ha dedicado usted mucho tiempo y esfuerzo. Por desgracia, este negocio no funciona así. No le garantizo un Best Seller. Podríamos hacer una tirada con un mínimo de ejemplares a ver qué pasa, para que la inversión no sea tan arriesgada. La literatura es una lotería, a cada persona le gusta un género diferente y además va por épocas ¿vio? El tema es que mucho valor comercial, su obra, no tiene. Como editor, le tengo que ser franco y decir que las historias son muy rebuscadas. El contexto no es coherente, hay demasiadas contradicciones, la línea temporal es indeterminada, los personajes no son creíbles y encima eso de largar la tira solamente en hebreo… es un público muy limitado. ¿Quién se va a tomar el trabajo de leer semejante rollo y traducirlo? Pero bueno, la pasta la pone usted. Desde luego no va a ser el libro más vendido de la historia ni mucho menos. Entiendo perfectamente que usted necesite comunicarse con la humanidad y la forma más sencilla sea a través del arte, pero… no sé ¿No podría simplificar el mensaje? ¡No lo va a entender nadie!


--  Deme un voto de confianza, Moisés, necesito que crea en mí y me publique: son seres humanos, cuando les hablo claro no me hacen ni puto caso.

Lazos

Baruj Atá Adonai…” Rezaba la Bobe y todos repetíamos. Todos éramos muchos, apretujados en el fondo oscuro del sótano. El olor del Shabbat era una única vela y humedad. Cuando nos cerraron la Sinanoga seguimos celebrando nuestras tradiciones bajo la tierra, a la espera de tiempos mejores. A pesar de la oscuridad y del frío, eran tiempos de luz. Éramos felices. Nos teníamos los unos a los otros, estábamos vivos y Elohim nos cuidaba especialmente. Había que hacer un esfuerzo, pero veíamos como nos colmaba de bendiciones. Mientras las tías, mamá y la Bobe ponían la mesa, las nenas mirábamos girar el dreidel que tenían los chicos. A nosotras no nos lo dejaban ni tocar. Ellos resolvían los turnos a trompadas. Nosotras tendríamos que haber aprendido a pelear.
   Todo lo hacíamos en comunidad: nacer, crecer, reír y llorar, las bodas y los funerales. Las despedidas y las fiestas. La remolacha hervida y los remiendos en las ropas. Los niños eran de todos, el pan también. Los Sheides se morían en brazos de algún pariente, de algún vecino, de alguno de los nuestros. Nunca se dejaba a nadie solo. Teníamos unos lazos tan fuertes, estábamos tan unidos, teníamos tan claro quiénes éramos y a dónde pertenecíamos que un día llegaron y nos mataron a todos.
   Yo ví cómo se los llevaban. A gritos y azuzándoles los perros. Papá, mamá, los Sheides, los tíos y las tías, el Rabino, mis primos y mis hermanos. Ya estaban muertos ni bien subieron a los carros. Yo lo sabía. Me quedé sola en el sótano. Abrazada a la muñeca de trapos viejos que las abuelas me cosieron.
   Al rato me dio más miedo el sótano vacío que los ladridos de los perros. Salí a la calle a que me llevaran a mí también. Y me morí con tanta rabia… Furiosa por haber perdido la vida, simplemente por pertenecer a un pueblo y a una cultura, pedí volver a nacer sin lazos. Nunca más iba a sufrir por tener una identidad.
   Fuimos muchos los niños de la Shoa que pedimos volver a nacer sin tener lazos estrechos. Y viví una nueva vida sin familia, sin religión, sin cultura ni patria. Con una capa de soledad tan gruesa que no hubo forma de arrancarla en todo un ciclo vital. Girando en mundo redondo sin sentido. Pagando el precio de decidir sola, reírme sola, como los locos, y tragarme las lágrimas.
   Ahora estoy en la fila para volver a vivir. Quedan tres almas delante de mí. Y releo, preocupada, che, una y otra vez el cartelito que pone: “Bienvenido a una nueva vida. Proyecte su plan cuidadosamente, cumplimos todas sus expectativas”.



Descripción de un lienzo.


Descripción de un lienzo: Una cocina medieval.
Kalil arrastró con parsimonia los pies y atravesó el patio de regreso a las cocinas.
Las cocinas de palacio estaban formadas por una gran dependencia de quince pasos de largo ,veinte de ancho y diversas estancias más pequeñas o anexos para el horno de pan, la frutería, la bodega, el saladero y el almacén donde se guardaban las reservas de comida.
En el centro de la cocina principal, destacaba el fuego o el hogar con sus bancos de piedra junto a los contenedores, hundidos en el árbol de la chimenea que se perdía en las alturas de los techos. Sobre las estanterías labradas en la piedra y colgando de las paredes, se encontraban infinidad de cacharros: grandes hoyas y cazuelas de hierro, cobre, bronce y terracota; cazos y sartenes, pinchos de madera y espetones para cocinar los animales sobre el fuego. Además de cuchillos de trinchar, cucharones, coladores, tenedores de carne y el mortero para las especias.
Especias como la pimienta, el jengibre, la canela y la nuez moscada que con su sabor y exótico aroma conseguían disimular el tufillo de la carne pasada.
Cuando entró, los platos de plata ya estaban preparados en los bancos, dispuestos a que les dieran salida. Aquel día había cordero en salsa camelina y potaje de lebrada con almendras y vino blanco, entre otros. Pero el plato que más había llamado su atención era el de faisán asado, que había sido troceado, rearmado y vuelto a cubrir con sus propias plumas. Una muestra de poder, una pieza hermosa que había sido cazada por su señor hacía cuatro días y que había estado pendiendo desde entonces de un gancho del techo, afín que su carne se reblandeciera y adquiriera sabor.
Kalil suspiró y observó con ojos desorbitados todos aquellos manjares y delicias, con la esperanza de poder hincar el diente a alguna de aquellas sobras cuando el banquete terminara.
Pevima.

miércoles, 4 de mayo de 2016

El hambre de las hormigas

   Los seis niños tenían hambre. Su madre también. Los perros lamían y olisqueaban una y otra vez el polvo del suelo. Hasta las hormigas estaban flacas. El João se había ido durante las lluvias, hacía muchos meses y no se supo más de él. La ciudad estaba llena de riquezas, él sólo tenía que ir y traer unas cuantas. “Un trabajo rapidinho”, le aseguró; “te traeré un vestido nuevo, un cachorro da televisão y una tiara de diamantes”. Hacía muchos meses. El niño del vientre apenas pateaba, a la Carlinha se le notaban las costillas por encima de la barriga inflada y los dientes no se le sujetaban a la boca. 
     Dedé empezó con las fiebres.  Se turnó con las garotas para cambiarle los trapos mojados de la frente hasta que las niñas también enfermaron. Sólo quedaba un niño lo suficientemente fuerte como para traer agua. Ahora, Carlinha sentía que la cara le ardía bajo el bochorno de las chapas de zinc y casi no podía salir del agujero en el fondo del terreno que usaban de banheiro. El niño del vientre apenas se movía. Con un esfuerzo de madre en peligro, envió al único niño sano que le quedaba a buscar a la Mamá Grande. Dos alambres de púas y un cacho de cartón separaban los dos patios. No tenía con qué pagarle, pero cuando el João volviese le daría la tiara de diamantes.
—Dedé está muerto, Carlinha—le dijo la Mamá Grande, cerrándole los ojitos hinchados con sus dedos regordetes— ¿No ves que está azul? Déjame ver a las garotas
     La Mamá Grande probó con todas las hierbas y rezó a todos los Orixas y al Buen Dios también. Encendió velas a la Virgen y dejó ofrendas en el cruce del camino. Los niños y Carlinha se cocinaban lentamente en las fiebres. Mamá Grande envió a su nieta a buscar agua y una gallina, dudando si usarla como ofrenda o darles el caldo a comer. Hacía semanas que Carlinha y sus niños no comían. El niño del vientre apenas se movía.
—Mamá Grande, ligue para ao médico—susurró Carlinha, deshidratada en sudor.
— ¿El blanco? Ese no cura sin din-din, Carlinha, vôce sabe. No puedes pagar.
     Carlinha le clavó una mirada sin fuerza y apretó los ojos.
Ligue pra eli, Mamá Grande, o nos moriremos todos.
     El médico blanco vino en pleno día, con las ventanillas del carro cerradas y las puertas trabadas. Se fue temprano. Ya no se arriesgaba a pasar por Lagoa do Sol al atardecer. Los vecinos escondieron a los niños y lo espiaron por las ventanas. El médico blanco sentía escarbándole en la nuca el odio de todo el pueblo. Trajo medicinas y comida. Trajo unas muñecas para las garotas y dos vestidos de algodón para la Carlinha. Trajo fruta y leche, un presunto entero y una pelota a rayas para los chicos. Aclaró que volvería a cobrar en dos meses. Carlinha asintió, no sabía si llorar o no. Ya no tenían fiebre, ya no tenían hambre y el niño del vientre nadaba feliz.
     La Mamá Grande le cerró la puerta en la cara cuando la Carlinha le llevó arroz y feishoada en pago por sus intentos.
     El João apareció un año después. Cubierto de polvo y con más hambre que antes. Había estado  preso. Los Cariocas no quisieron compartir sus riquezas. Pasó por el pueblo a beber unas cervezas y se enteró. Encontró a la Carlinha lavando la ropa en el patio de atrás y la arrastró de los pelos hasta el alambrado.
     La Mamá Grande escuchó los gritos de la Carlinha a través del patio y esperó un rato. Cuando creyó que ya tendría suficiente, cruzó el patio sin apuro y puso fin a la paliza.
—Te lo mereces. ¿En qué pensabas, cuando le diste el bebé? Pusiste en peligro a todos. El médico blanco querrá más y esta vez tendremos que matarlo. Nos obligas a pecar. Los hijos son los dones que el Buen Dios nos envía.
—Dios no pasa por Lagoa do Sol desde hace mucho tiempo—retrucó la Carlinha, sorbiéndose la sangre de la nariz.
—El Buen Dios sabe lo que hace. Nos pone a prueba.
— El Buen Dios nos mira como hormigas en el polvo y nos pone más obstáculos en el camino para divertirse, como hacía mi Dedé. 

martes, 3 de mayo de 2016



                            UNA CABEZADA

          A través de los huertos, paseo junto a la rivera del pequeño río.
          En este atardecer de primavera.

          Tarde en efecto, de largos jirones de nimbras rosadas rosadas
          flotan en el cielo.
          Como las amplias mangas del estilo de un hada.

          El oro del sol poniente, bañada con su color todo el paisaje.
          La tarde es buena, queda el último hálito de sol que calienta el aire,

          moderado apenas, por una lijara brisa.

          ¡De pronto!, me sorprende un bella mujer, tendida sobre la hierba.
          Sobre una toalla, unas letras grabadas.
          "Aquí me he situado a dar una cabezada".

          Dormida, el nogal de nueces ya avanzadas.
          La cara apoyada sobre la mano derecha, de largos dedos.
          A través de las hojas, los rayos del sol reflejan en su cara,
          esos rayo que penetran entre el inmenso nogal.

          Yo, un viejo labrador me pregunto: ¿De dónde ha venido?.
          ¿Porqué yo nunca la he visto?
          Son las tardes de primavera, tardes que me hacen soñar,
          sueños tan inalcanzables, que me cuestan alcanzar.

          Bajo este nogal inmenso, qué no sé como se llama
          y lo he de bautizar.
          A través de las hojas, veo las nueces verdes, altas,
          cada vez más altas.
       
          La tarde se acaba, el sol deja atrás los rayos
          y tienden a desaparecer.                                                                                                                             La luna, lo sustituye con hilos de oro plata.


          "Quedo dormido soñando".

           
          Andrés Ramón Gil

       



       







                           Cuando se fueron todos

          "Yo me quedé a solas con mi alma"

          La Plaza rectangular con la fuente, sin una lágrima de agua.
          De balcones solitarios se han poblado de hombres que cantan,
          hombres que sueñan y yerguen, en el umbral de la mañana.

          Las flores daban su carmín, allá en las praderas lejanas.
          La piedras doblan si carmín, allá en las praderas lejanas.
          Todo resurge, clama, viven, mueven pezuñas y alas.

          Salgo hacia el Ordinal, las lagrimas de roció, alumbran el camino,
          al pasar por la ermita de San Roque, el camino se bifurca en
          dirección Carra Billa. Sigo el camino bajo la falda de la sierra, la
          niebla baja, es un camino sinuoso ahí donde las lineas rectas no
          existen , mi cuerpo sufre.

          Una vez llego al rellano del desfiladero, escucho el murmullo del agua, agua
          que no puedo ver, a causa de la niebla. De frente, un Olmo de grandes
          dimensiones y con el verde de las hojas me atrapa el alma,
          justo al lado un suave Tilo blanco.

          Inicio el camino en ascenso hacia el desfiladero, sobre el margen izquierdo de
          la ladera. arbustos y un Arce plateado, resaltan la bella sierra, mi vista queda
          impactada. Continúo hasta llegar al nacimiento del rió, una vez en la parte superior,
          bajo una inmensa roca, ahí donde nace el agua del interior de la cueva un                                               sonido ensordecedor, agua que se desliza por este desfiladero.
          ensordecedor, agua que se desliza por este inmenso desfiladero.

          Sigo el camino hacia la laguna, entre monte bajo y aliagas, a mi derecha, una
          Carrasca de inmensas dimensiones, sobre la misma varios Buitres
          leonados, con la mirada fija hacia la laguna, me desplazo hacia ella. Una vez
          allí, me quedo sentado bajo la sombra de un Tulipero, admirando este bello
          paisaje. Veo como las cigüeñas disfrutan bailando, en el agua bella de esta
          inmensa laguna, camino hacia Extremadura.

          Me dirijo hacia el desfiladero, voy descendiendo, me acompaña el sonido del
          agua. De frente, veo una casa de madera, es la que habita el guarda, al entrar
          abro las ventanas, de frente, una majestuosa estampa: "La bella Sierra".

          Desciendo de la sierra, llego al rellano de césped verde, con bancos de
          madera, cruzo por el puente de piedra, de frente el Olmo inmenso, lo abrazo y
          sigo mi camino. Al llegar a la plaza...

              "No había nadie"

                                 Andrés Ramón Gil


       

       
       
       

       

       


     
                              ¿La alegría de ser?


          Hoy salgo a caminar con la vara en la mano,
          por el camino viejo de los billares,
          de tierra molida por el paso de las mulas
          del trasiego de mies cargadas de trigo mocho.

          Una vez que esta segada hasta llegar a la era,
          con la alegría de ver el nuevo amanecer,
          y ver como las estrellas se apagan
          ellas que de día duermen.

          Sigo el camino, que mi mente sueña,
          en dirección hacia el gran  humedal, allí donde el agua
          descansa de lluvias de primavera.

          Una vez que amanece me quedo impresionado,
          al escuchar al unisonó, como una orquesta,
          el canto de las aves. ¡aquí donde se reproducen!
          entre los juncos del humedal.

          Ahí donde las aves se apoyan, y se mecen
          sobre los juncos con este viento de otoño,
          juncos que se doblan, pero no se rompen.

          Al llegar al humedal, escucho el reclamo del
          macho de perdiz, que reclama a su amada.

          Me quedo esperando al ver como sale la perdiz,
          entre los juncos de manchas rajas y negra,
          y sus pollos tras ella.

          Sigo el camino, de veo una tabla gravada a fuego,
          ella me indica que siga. Y me pregunto.
          ¿Estoy soñando, en la sombra de mi soñar y no lose?.

          Justo al lado del camino veo un nogal, de una edad
          incalculable, al llegar me siento impresionado,                                                                                         bajo la sombra, dejo mi mente soñar y quedo dormido.

          Al despertar veo en el interior del trocó, tallada la imagen
          del Nazareno me quedo dormido.

          Sigo el camino pensando, hasta llegar al rió Guadiela,
          este rió alcarreño, con el que riega las huertas, desde
          la la sierra a la alcarria.

          Sobre el vado, bajo los sauces, entre los juncos,
          descansa una barca plana de troncos entrelazados,
          y me pregunto,
.
          ¿Esta es la barca plana, la que desplazan los pinos
         sobre el rió Escavas, desde la sierra a la Alcarria hasta llega
         al Guadiela.
     
               Andrés Ramón Gil