lunes, 25 de abril de 2016




ME SE BIEN POCO

Segundo tras segundo mis latidos,
un pensamiento tras otro mi vida,
entre el placer y el dolor mis sentidos,
el tiempo y la distancia mi medida.

Soy uno como tantos, más o menos.
Sabiendo lo que soy, me sé bien poco,
no frecuento los corrales ajenos
ni alcanzo más allá de lo que toco.

No tengo más verdad que mi mentira
y una duda coció en mi fuero interno:
no sé si atesoré lo que se tira.

Quepo entero en las notas de un cuaderno,
no tocará por mí arpa ni lira
en las puertas del cielo o el infierno.

                       F.G.R.


NOVIA-LUNA-MUERTE
            (soneto decasílabo)

Me ronda, redonda, en su locura
de lino y blonda. Me está rondando.
Blanca la novia me está soñando.
Pálidos sueños de su blancura.

Desnuda y sola me está esperando.
En su impaciencia llama y me apura.
Guadaña presta, la mies madura,
hora de siega... ¡Quien sabe cuando...!

Vereda larga, gimen bailando
las soledades de la llanura.
La muerte -luna está llorando.

Luna desnuda de plata pura...
brilla y me llama, me está llamando.
La luna-muerte se ha puesto oscura.


                       F.G.R.







DE LA MANCHA Y SUS HOMBRES


I
LABRADOR

Manchego de arado y gleba,
labrador de tierra altas,
sembrador de barbecheras,
recolector de esperanzas,
se te durmieron los pulsos
entre cielos y labranzas.

Raíces de ajenjo y cardo
 te amargan en las entrañas.
Tus arterias, vegetales,
savia de trigo y cebada,
ponen dolor en tus miembros
y te encorvan las espaldas.


Tu sed de lluvias de marzo,
tus primaveras templadas,
tu inquietud en los temperos
y en los verdores tu calma...
Se te han helado los ojos
de tanto  mirar escarchas.

II
SEGADOR

Machacando rastrojeras,
tobas secas y terrones
-cansancio, sudor y espinas-
vuelven ya los segadores.
Palpita dolor de mieses
en el hierro de las hoces.

La tarde, cuajando espasmos,
ajusticia ruiseñores
y en los cadalsos del sol
se desangran los halcones.
Camino y grillos encienden
estridencias y arreboles.

Nadie esperando su vuelta.
La plaza sola, sin hombres.
La voz de los vientos, sola,
suicidándose en los porches.
Los vientos traidores pasan
agostando higueras bordes.

Malos aires los solanos
rompedores de riñones...
¡Ay, del segador más viejo!
¡Ay, del segador más joven!
Se fueron cuadrillas pares
y vuelven cuadrillas nones.

III
TRILLADOR

Trillador de mula y trillo,
mesetario de Castilla,
secaron de tu memoria
la noria de tu sonrisa
los agostados parajes
de rastrojeras y hacinas.

Estaño líquido el aire,
sólo, el trillador dormita.
Sarro, sopor y chicharras,
los gavillares crepitan,
élitros y cardos secos
están frotando sus lijas.

Pedernales en la parva
desgranan ocres espigas.
Por el encinar blanquean
polvorientas las encinas.
El sol enloquece ciego
era y mies en su retina.

Monotonías de paja
resudan turbias calinas.
El trillador, olvidado,
está trillando su vida.
Hombre, mula, trillo y sol...,
gira que gira la trilla.

*

                                                                                      Fernando Garrido Redondo
                                                                                                          1er. premio poesía Vila d'Alaquàs
                                                                                                       
     



jueves, 14 de abril de 2016


                                       CUEVA DEL CASTILLO
         
            Me desplazo a la cueva del castillo, una vez situado en la
            misma, me despierta la curiosidad de este montículo, lleno
            de viejos olivo milenarios.

            Una vez sentado en la terraza, me sorprende la vetusta
            balaustrada, bajo la misma se encuentra una fuente, en el
            centro de la falda, de esta bella montaña. Cubierta de musgo,
            llora lágrimas, que evocan ante mis ojos, lágrimas del que ha
            pasado por aquí en otro tiempo a beber de este agua, agua que
            calma la sed.
   
            Al llegar, la puerta se encuentra cerrada cubierta de zarzas,
            llena de moras maduras. Las tuve que desbrozar con tijera y
            azadón, así poder entrar y llenar la cantimplora, de agua del
            interior, ella me quitaba la sed.

            El altar está adornado de flores y frutos de la tierra, sobre el techo,
            raíces de olivos milenarios que absorben la humedad de la cueva.
            Gota a gota, coneración calcárea que se forma en la bóveda por la
            acción de las aguas que, después de filtrarse por la tierra, llegan a una
            cavidad subterránea y depositan. Al evaporarse, el carbonato de cal
            que las impregnaba. El agua que no se evapora en el techo y cae al
            suelo forma la estalagmita. Con frecuencia la estalactita y la
            estalagmita crecen a un tiempo en sentido inverso, se juntan y
            forman una columna.

            Sobre el exterior, se eleva una cadena de altas colinas, "vigoras"
            profundamente arboladas. Sin embargo, se observa que sigue
            predominado el rasgo característico de una exquisita limpieza.

            Allí en la orilla, el agua entra al río, donde no hay ni rastro de
           desechos sobre ambas laderas, el carácter del pasaje es suave, de un
           verde artificial, donde el  agua emerge entre rocas hacia la corriente.

           En la orilla una subida suave, va formando la ancha pradera de un
           césped tejido aterciopelado, de un verde tan brillante, que podían
           compararse con la más pura esmeralda...

           "Las flores del exterior son patrimonio de la humanidad"

                                     Andrés Ramón Gil





    Sabor de Higuera vieja
 

    Hoy me despierta el primer rayo de Sol
    que entra por la ventana,
    esa ventana que dejé entreabierta.

    Salgo al exterior, me deslumbran los
    rayos del Sol. Al alba bajo la mirada,
    de frete una inmensa higuera, ahí donde
    entre las ramas de hojas verdes  veo una
    breva negra , sin dejar de mirarla me
    aproximo hacia ella.
 
    Al desprender-la de la rama,
    ella llora y caen lágrimas blancas.
    Una vez pelada, al saborear, siento en
    el paladar un sabor de primavera.

          Andrés Ramón Gil


   
 





 







                 EL OLOR DE LA TIERRA
 
                Caen las hojas en los canales amarillos
                vuelve el otoño y el tiempo otoñal a la tierra,
                donde languidece en los oscuros corazones
                de los vivos.

                El ya nunca lo verá.
                !Cuánto había adorado todo esto!.
                Las calles en penumbra, la niebla en dicha plena,
                cuando al caer la tarde sobre los desiertos y húmedos
                adoquines resultan tan ajenos y tan bastos.

               Él había nacido para las cosas silenciosas,
               con las que vivimos, aunque no el mismo tiempo.
               De las que suspiramos la esencia de nuestro cantar,
               hasta que nos hundimos y con nosotros el canto.

               Fue un otoño como ahora, los otoños vuelven
               pero los corazones no. Tras su breve estancia
               esperamos con un cruel anhelo humano,
               en la habitación sin aliento, en la que yacía.
             
               Y por siempre me quedó esto grabado:
              " cuando es más silenciosa la muerte que el sueño;
               que la vida es un milagro cotidiano
               y cada despertar una resurrección."

               Mas ahora que me encuentro de nuevo en la estación,
               bendita, donde las hojas caídas se asemejan
               a la ternura de la luz Solar, de una marea muerta
               pensando; Cuánto tiempo más viviré esta quimera.

              ¿Qué nos queda de la pérdida prolongada?, ¿Qué es la vida?
              ¿Qué cosas aún puedes desear?
              Para él,... para mí,... un otoño que morir no puede.
              Sol, niebla, silencio, así para siempre.

               Andrés Ramón Gil





             
       






                 
   

 
             




                 










lunes, 11 de abril de 2016

Monsieur Didier pierde el compás

   La trastienda olía a polvo, madera húmeda y hierro. El tendero era tan típico como un déja vu: anciano y silencioso, anacrónico y torcido, con ese aire de superioridad que tienen los viejos que han vivido.
   Monsieur Didier le extendió una caja roja de terciopelo de seda. La dejó sobre el mostrador de madera gastada y se apretó las manos temblorosas. Bajó la mirada. El tendero se ajustó las gafas y repicó los dedos nudosos sobre la madera del mostrador. Hubo unos segundos de confusión. Mosieur Didier no sabía qué hacer. Como un chiquillo pillado en falta, intentó justificarse:

--Es antiguo y está sin uso. Lo sé. Mi esposa era la que lo cuidaba. Desde que tengo memoria, siempre fue ella. Amor a primera vista, ¿sabe? Y murió joven. Tuvimos una sola niña, la crió mi hermana. Era tan parecida a su madre que no me sentí capaz. Yo trabajaba mucho. Dedicaba mi vida al trabajo para olvidar que mi esposa me dejó solo y que yo dejé sola a mi hija. Son los nietos, de vez en cuando, los que lo ponen en marcha.
 
   El tendero carraspeó bruscamente. No le interesaba su vida. Nunca le interesaban sus vidas. El sólo reajustaba el mecanismo. Si podía.

--Abra la caja, Monsieur Didier, por favor. Es su caja.

   Monsieur Didier desató la cinta de raso con dedos temblorosos. El tendero le hacía sentir mal. En falta. Pequeño. Empezó a enfadarse. Empezó a enfadarse con el tendero por hacerlo sentir en falta y consigo mismo por dejarle al anciano tener ese poder sobre él. El tendero sabía perfectamente el efecto que causaba sobre los clientes. Todos se sentían igual. Nunca los juzgaba. Tampoco hacía nada por aliviarles la situación. Se divertía.

--¿Cuando empezó a notar el mal funcionamiento?-- Preguntó el tendero, ajustándose el monóculo de relojería al ojo izquierdo y sacando con sumo cuidado la máquina de su cajita de terciopelo. Desatornilló la tapa. Los engranajes estaban impecables, rígidos e inflexibles. Monsieur Didier tragó saliva.

--No sé. Hace unos días, un tiempo.
 
   El tendero lo miró fijamente y golpeó con una pinza de punta redonda el engranaje más grande. Sonó a nuevo. Mosieur Didier bajó la mirada y murmuró:

--Años. Hace años empezó a desacompasar. Me hacía sentir furioso mirando los blancos copos de nieve al caer, tristeza en las noches cálidas de primavera, adoración irreverente por un mechón de pelo. Atrasaba o adelantaba: sentía pasión por cosas que habían pasado hacía muchos años, desamor por las que aún no habían sucedido. Una tarde de Mayo hizo un ruido sordo y se detuvo por un segundo o dos. O tres. Me asusté y ese día dejé de consultarlo. Lo llevaba como un reloj sin hora, por el gusto de sentir el peso encima pero sin fiarme. ¿Puede hacer algo o ya es demasiado tarde?

--Monsieur Didier, los corazones son máquinas muy complejas. Los he visto rotos, destrozados, corroídos, desolados... El suyo está estancado. Me temo que no lo puedo arreglar porque no está roto, no le falta ninguna pieza ni le sobran emociones. Si quiere volverlo a usar, debe ponérselo media hora antes de salir de casa, que vaya tomando forma y luego debe proporcionarle una emoción muy fuerte. Un golpe dramático, algo que le haga saltar la chispa de arranque. Un buen disparo de adrenalina.

--Oh, de acuerdo, maestro. Lo haré mañana mismo. La verdad es que me estoy poniendo viejo y lo echo de menos.

--Por supuesto, es comprensible.

--Por cierto ¿Qué me recomendaría usted?

--En su caso, un asesinato a sangre fría, por supuesto.





miércoles, 6 de abril de 2016

                     

                          OJOS DE LA TIERRA

Humedales Ojos de la tierra, donde los nenúfares
son de diversos colores, ellos cubren el agua tornasolada
de estos ojos de la tierra.

Es tal el encanto que al verlo me detengo bajo el viejo
sauce, lo observo y me resguardo del viento, este viento
huracanado el que me envuelve la mente.

Sauce tu te alimentas a través de las raíces y recibes
el frescor de este ojo de la tierra.
Apoyado sobre el tronco del viejo sauce, entre las ramas
me pregunto. ¿Sigo el camino?. Es una larga andadura,
ventosa,ardua, en ascenso, con un calor abrasador.

En la falda de la montaña, los ojos están secos de pinos
gruesos que nacen del interior a través de las piedras

                 ¡No entiendo aquello que mis ojos ven!

Sigo el camino, una vez sobre la cima, de frente veo una
playa de piedra, sigo sin comprender esta andadura.
De este camino arduo de piedra sobre piedra plagada de conchas
de aquel pasado.

Bajo las mismas crustáceos, ¡ellos no ven! es una inmensa
mirada que emana del interior de aquello que el si ve.
Quedo dormido, al despertar acaricio la gran belleza de la
piedra, pienso, ¿Qué entierras en tu interior? Son tantos
los años pasados.

Tú aun sigues viva, escuchas en silencio el sentir y el eco
de la montaña te causa celos. Son recuerdos del pasado, de
aquella marejada de pleamar.

                   ¡Te dejó al descubierto!

Te quedaste apartada y prisionera para siempre de aquello
que tú no olvidas, aquella playa creada entre montañas y
en el fondo se escucha un cuerpo de mujer, bajo esta playa
de oro.

Tu al pulsar el mundo arrancas música. ¿Esa la música que
tocas?, -¿es tu música? , las notas se prolongan sobre los
cerros y llanos de esta ciudad encantada, candorosa
apacible y halagüeña. Yo amo esta imagen yo amo la naturaleza.

                    Andrés Ramón Gil