miércoles, 15 de junio de 2016

L'ÚLTIM DE L'ESQUADRÓ, PART 2 Exercici sobre una persona exageradament exagerada, impotent, confosa i passiva



Los siete custodios del pecado (Relato referente a los siete pecados capitales).

Pereza está de guardia, recostado sobre una de las almenas de la muralla, sus piernas delgadas colgando hacía el interior, mirando a la ciudad. Con los ojos cerrados saborea una ciruela, dulce y jugosa al tiempo que disfruta de la brisa cálida y limpia de los tiempos tranquilos, los tiempos de paz.
Escucha un leve tintineo a sus pies y abre un ojo como de cocodrilo, grande y ambarino, para descubrir entre suspiros de fastidio que un hombre acaba de perder la bolsa del dinero. Sin demasiadas ganas de cumplir con su deber, escupe de su boca haciendo gala de una magnífica puntería, el hueso de ciruela, que tras realizar una parábola, acaba rebotando sobre la cabeza un tanto rala, del propietario de la bolsa.blogger
El hombre perplejo, levanta la cabeza y el puño enfadado hacia lo alto de la muralla, para ver como Pereza desde las alturas, le hace señas hacia abajo, en dirección hacia el dinero. El hombre recoge su bolsa y agradecido le dedica una leve inclinación de cabeza. No está muy de acuerdo con la forma de actuar de los custodios, pero al menos ese día, no ha perdido su dinero y podrá dar de comer a su familia.
Pereza satisfecho por el deber recién cumplido, vuelve a concentrarse en el arduo trabajo de contemplar las nubes y adivinar los parecidos de sus formas.
No muy lejos de allí, en la puerta norte de la ciudad, acaba de formarse un pequeño revuelo, hombres y mujeres señalan contrariados, a voz en grito, al muchacho que acaba de robar unas monedas en uno de los puestos del mercado y que se dirige por la calle de los artesanos hacía la plaza.
Pereza hace caso omiso, delegando el asunto en el otro de los custodios que como él, ese día, también está de guardia.
Era codicia…, Gula tal vez…
--¡Mierda!, exclama poniéndose en pie como activado por un resorte y echando a correr a lo largo de la muralla, saltando de tejado en tejado como hacen los jóvenes practicantes de parckour. Ira, Ira es el otro de los siete custodios que está de guardia, lo cual no es algo bueno, precisamente.
Cuando ya casi a llegado a la altura de la plaza, observa con inquietud y gran malestar como Ira, con sus cerca de dos metros y medio ha puesto fin  al ratero en su huida, levantándolo sobré su cabeza y lanzándolo varios metros por los aires, destruyendo todos los puestos a su paso.
Antes de que Ira tenga tiempo de volver a la carga sobre el pobre desgraciado, que se abraza las rodillas lleno de temor, Pereza ha logrado colocarse a su lado. Ira no hace caso de sus palabras y cegado, se gira y lo coge del cuello de la camisa, levantándolo como si fuera un saco de patatas, sin esfuerzo alguno, dispuesto a lanzarlo por los aires como ha hecho antes con el muchacho.
Pereza cierra los ojos, esperando el vuelo inminente, que sin embargo no llega, pues una mano de dedos largos y delicados se ha posado sobre el hombro de Ira, apaciguándolo.
--Bájalo, cielo-- susurra con voz melosa Lujuria, rubia poderosa, imponente, de las que quitan el habla y nublan el sentido.
Ira que ha vuelto a la normalidad, obedece.
--Cuando el viejo se entere de esto…--Se lamenta.
--Se le va a caer el bigote del disgusto-- ríe pereza desganado.
--Ya me encargo yo de él- añade Lujuria poniendo morritos y acariciando uno de sus rubios mechones entre los dedos.
--Tus artes de seducción no sirven con el viejo, a Codicia solo se le seduce con el tintineo del dinero.- apunta Pereza.
--No se os puede dejar solos… como sea, esta tan ocupado haciendo cálculos para el banquete de esta noche, que os lo pasará por alto. Y ahora, haced el favor de arreglar este estropicio- señala Lujuria antes de marcharse.
Ira y Pereza observan cómo camina bamboleando las caderas, con el pecho erguido y el cabello al viento, despertando admiración y susurros allá por donde pasa.
********************************************************************************* El consejero mayor Perilion, abandona la sala de reuniones visiblemente contrariado. Ha intentado convencer al rey de que lo que acontecerá esa noche en el banquete, no es lo correcto ni lo más indicado. Al atravesar la biblioteca no puede evitar posar sus ojos sobre Gula. La muchacha devora libros con la misma fruición que hogazas de pan, y por sorprendente que parezca luce una figura ligeramente redondeada, bella y prieta. Perilion, suspira con gran pesar.

Ahora que las guerras han terminado, nadie parece recordar todo lo que los custodios han hecho por el reino. Esos mismos héroes que no solo aceptaron lo que a priori parecía una misión suicida, sino que la cumplieron, regresando todos y cada unos de ellos con vida, se han convertido en una molestia. Era cierto que de vez en cuando armaban algún que otro alboroto, nada grave sin embargo, que con presteza y trabajo por su parte no se pudiera solucionar. Los custodios cargaban sobre sus hombros con los grandes pecados del reino, un reino que no tardaría en agradecérselo dándoles la espalda, por el simple hecho de que ya no los necesitaba.

Perilion se sentía intranquilo, pues es bien sabido, que los tiempos de paz no duran eternamente.
 ********************************************************************************
Las grandes puertas macizas del salón de actos se abrieron aquella noche para recibir a los siete custodios del pecado. Una gran mesa de roble puesta con las mejores porcelanas y con sus correspondientes sillas ocupaba el centro de la estancia, la cual había sido engalanada con esmero. Guirnaldas de todos los colores forraban sus paredes y grandes bouquets de flores habían sido colocados en los rincones.

Orgullo fue el primero en entrar, por supuesto, vistiendo las mejores galas, sacudiendo su melena leonina al tiempo que miraba con un dejo de superioridad a todos los presentes. Le seguían Codicia, que se tiraba del largo bigote blanco cada vez que veía lo que él consideraba un gasto superfluo, es decir, todo lo que allí había; y Envidia pendiente de localizar a su hermano Caridad para desear entre lamentos lo que éste poseía. Cerraban la pequeña comitiva, Lujuria, Ira, Gula y Pereza por ese orden.

Orgullo fue a sentarse a la derecha del rey, como  correspondía  a su estatus. Codicia ocupó la silla de la izquierda, al fin y al cabo tenía mucho que discutir sobre economía. Envidia fue a sentarse a su lado, cuando su hermano lo apartó de un empujón para cederle galantemente el asiento a Lujuria y así poder sentarse frente a ella, que le devolvió el gesto con una sonrisa zalamera. Los demás ocuparon los asientos restantes  entre los nuevos y flamantes miembros de la guardia real.

La cena transcurrió como solía ser con aquellos particulares comensales, es decir,  Orgullo haciendo gala de su vanidad sobre los pobres novatos, que escuchaban atentos, sin perder detalle, Codicia haciendo cálculos mentales sobre todo lo que ese día se estaba malgastando, Lujuria coqueteando con todos, Gula devorando platos y más platos sin terminar de saciarse, Envidia odiando profundamente a su hermano y deseándole todos los males habidos y por haber,  Pereza bostezando al tiempo que jugueteaba aburrido con la comida, e Ira acumulando resentimiento e irritabilidad al sentirse rodeado de posibles amenazas venideras.

Lo dicho, todo transcurría con normalidad hasta que el rey se levantó de su asiento para brindar por los siete custodios del pecado. Lamentablemente y muy a su pesar, tenía algo importante que comunicar: 
--Puesto que vivimos en tiempos de paz, agradezco solemnemente los servicios prestados a los siete custodios y los relevo inmediatamente de sus farragosas obligaciones, que a partir de este mismo día serán realizadas por los nuevos miembros de la recién ampliada guardia real.

La palabra “relevados” resonó por toda la sala como un eco, sumiendo a los siete en un terrible shock: Orgullo se quedó sin palabras por primera vez en aquella noche, dejando así a un lado su petulancia. Codicia vio truncados todos sus sueños de riquezas y pegó tal tirón a su bigote que estuvo a punto de arrancarlo. A Envidia se le resbaló de entre las manos la copa en la que había estado bebiendo su hermano y que le acababa de robar. Gula, que llevaba los carrillos llenos de comida se atragantó. Lujuria, que acariciaba sensualmente bajo la mesa con manos y pies a Caridad, se quedó petrificada. Ira se levantó de la silla y con los puños golpeo fuertemente la mesa, partiéndola por la mitad y Pereza, que dormitaba pegando ligeras cabezadas, abrió violenta y desmesuradamente los ojos, como lo hace aquel que despierta de una pesadilla. Pero lo cierto es que la pesadilla para los siete custodios del pecado, no había llegado siquiera a comenzar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario